Tuesday, October 14, 2014

El poder como botín, Neoliberalismo y Crisis

La persistencia de la fragmentación «política» así como la presencia de un alto porcentaje de candidatos con antecedentes de corrupción y de actos ilícitos, es atribuida, por una de las explicaciones más sofisticadas, a la existencia de un vasto sector informal popular cuyas necesidades son recogidas por alguno de estos candidatos en una suerte de contrato implícito: me das tu voto y yo a cambio no me inmiscuyo en tu conducta informal pero te ayudo a resolver tus necesidades básicas. Este tipo de contrato implícito prolifera, se dice, porque no hay partidos ni políticos con «propuestas sostenibles de reformas que hayan logrado involucrar a esos sectores mayoritarios». Pero, no se dice por qué no hay esos partidos ni esos políticos.

La explicación alternativa y el neoliberalismo
En nuestro país la corrupción en la «política» tiene una larga historia, pero su generalización a nivel de todos los poderes del Estado hasta el punto de degradar la naturaleza de la función pública, es reciente. Empezó durante el primer gobierno de Alan García  y se exacerbó durante el «fujimorato» y la imposición del neoliberalismo. El inicio de este período de corrupción generalizada coincidió con la caída del muro de Berlín y el fin de la Guerra Fría, hechos que dieron lugar a una crisis de las ideologías, principal fuente de identidad de los partidos políticos de ese entonces. Lo que siguió fue una crisis de estos partidos, principales usufructuarios de las ideologías que dominaron gran parte del siglo XX.

Con la caída del muro de Berlín y el fin de la Guerra Fría desapareció el competidor ideológico del modelo constitucional democrático. Esta desaparición facilitó la propagación de los postulados democráticos por casi todos los países del mundo, pero al mismo tiempo, puso al descubierto sus debilidades y, en países como el nuestro con escasa historia democrática, estas debilidades de la democracia constitucional se revelaron en forma más dramática: proliferaron «políticos» y agrupaciones «políticas» que degeneraron y pervirtieron la esencia misma de la democracia. Fue el golpe de muerte a los partidos políticos y/o a sus principios y programas que les dieron origen.
La crisis se exacerbó con la llegada del neoliberalismo que colocó a la libertad económica en el mismo nivel que las demás libertades individuales. Se fomentó el individualismo, desacreditando el interés público, se privatizaron los servicios públicos y se destruyeron funciones sociales importantes del Estado. Los grupos de poder privados penetraron las instituciones de casi todos los poderes del Estado, desnaturalizando el papel de la  función pública. Con el neoliberalismo, entonces, se agudizó la crisis del modelo constitucional democrático en nuestro país: el fomento del individualismo (de la tiranía de los individuos, diría Todorov) puso en peligro el bienestar de toda la sociedad. El funcionamiento real de la democracia se alejó así de los principios que lo inspiran; y la vida política se convirtió en una lucha por el «botín del poder». La lógica de la política como lazo de conexión social fue desplazada como nunca por la lógica del poder y del tráfico mercantil.

El modelo económico neoliberal
El neoliberalismo, además, reforzó un estilo de crecimiento rentista o extractivista, que mantiene a la economía desconectada de la geografía y la demografía, y que tiene efectos sociales y ambientales nocivos. Los conflictos sociales regionales y locales proliferan porque los frutos del crecimiento no se distribuyen por igual. Es un estilo de crecimiento que se funda en la minimización del papel económico del Estado, que fomenta la especialización en la producción y exportación de materias primas, que crea enclaves que no tienen conexiones dinámicas con la economía interna, que no desarrolla los mercados internos y que alimenta la informalidad.

Por lo tanto, el estilo de crecimiento neoliberal no toma en cuenta los intereses de la comunidad nacional de la sierra y de la selva del país, ni de la periferia de las grandes ciudades. Además, el neoliberalismo fomenta una competencia internacional espuria basada en la supresión de los derechos de los trabajadores, el mantenimiento de los salarios reales estancados, y la desatención de los costos medioambientales de la explotación de los recursos primarios.
El neoliberalismo no fortalece, entonces, la institucionalidad democrática. Privilegia las inversiones extranjeras en la actividad primaria exportadora, beneficiándolas con contratos de estabilidad tributaria y otras exoneraciones. Favorece la especialización en actividades primarias sin mayor transformación que dependen de los mercados externos, en lugar de promover la creación y el desarrollo de mercados internos, la diversificación productiva y la innovación.  

En suma, el neoliberalismo ha erosionado la institucionalidad democrática de nuestro país y han vuelto a truncar la culminación de la construcción de un Estado Nacional soberano.
A modo de conclusión

Sin embargo, la crisis descrita no ha desaparecido el principio democrático. Sigue vigente la fuente de su legitimidad. Pero se precisa de reformas que permitan convertir a los electores en ciudadanos, superar la concepción de la democracia como solo un  procedimiento institucionalizado, controlar y vigilar a los representantes elegidos, respetar la diversidad cultural y promover una verdadera descentralización política, y hacer énfasis en la virtud cívica de los ciudadanos y en su participación responsable en los asuntos públicos bajo un marco legal e institucional adecuado. Estas reformas democráticas deben basarse, además, en una concepción de la libertad como no-dominación, y en la consideración del Estado y del mercado como instituciones sociales indispensables y no contrapuestas.



Publicado en el Diario UNO, el sábado 11

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